agosto 31, 2010

Palabras de Sarmiento ante las felicitaciones recibidas por su 75° cumpleaños (1886)

PALABRAS ANTE LAS FELICITACIONES RECIBIDAS POR SU 75° CUMPLEAÑOS
Domingo Faustino Sarmiento
[15 de Febrero de 1886]

Mis queridos amigos. Señores Presidentes de los Comités y Clubs de Buenos Aires. Señores extranjeros y simpatizadores:
Apenas me será posible dominar la emoción que experimento, al recibir por boca de mis amigos la elocuente expresión de los sentimientos de simpatía que despierta en millares de mis compatriotas y entre muchos extranjeros, el placer de ver a un viejo en tan avanzada edad presentarse a la lista solemne de su natalicio; y con un cuerpo sano, espíritu alegre y dispuesto, contestar presente a los setenta y cinco años sonados, cuando su nombre lo invoca una generación en pos de otra.
Gracias, amigos que venís en cuerpo de ciudad a decirme que aun vivo en el ánimo del pueblo, porque algunos viejos suelen sobrevivir a su propio destino; testigo Carlos V, que pudo darse el gusto de asistir a sus funerales, porque hacía años que habla muerto para la historia, para la patria, para la gloria! ¡Pero que vengan a mí, a decirme ahora que ya he muerto! A mí, que recibo en este día los honores que no siempre me prodigaron en mejores tiempos; a mí, que tengo todavía en la mano, a falta de la espada que no sustentaría ya mi débil brazo, el buril, la pluma y el látigo que fijan las Ideas, cuando no sea más que para dar fe de hallarme en mi puesto, cuando las andan buscando para encadenarlas.
Cuando echo la vista en torno mío y no descubro entre cabezas blancas, ninguno de mis compañeros de tiempos que ya pasaron, asáltame la idea de que la joven generación me tome por un aparecido, por una alma en pena y los que no me aman, como un vestigio, todos curiosos de saber cómo pensábamos, cómo obrábamos en aquellos tiempos y qué aspiraciones nos impulsaban a la acción en la vida pública.
Satisfaré vuestra curiosidad sin rodeos. In illo tempore seguíamos ásperas sendas apenas trazadas por el enmarañado bosque de resistencias que oponía la primitiva barbarie americana; pero guiados por la luz de grandes y claros principios, avanzábamos peleando duro y recio, para dejar a la generación presente libre el paso. Cincinatos eran aquellos hombres que abandonaron el arado para empuñar la espada, abriendo campañas que duraban la vida entera, sin pre y a veces sin patria, guerreando con sus propias armas y caballos, porque no había ni rentas ni Estado.
Venció nuestra fe en el porvenir la resistencia del entonces presente; y llegamos al fin de la campaña de treinta años a Caseros, donde nos dimos un abrazo los que de todos los puntos del horizonte llegaban en busca de libertad: desde Montevideo los más fuertes, la legión argentina y los valientes orientales; desde las pampas argentinas con Baigorria los más bárbaros; con Urquiza y Virasoro, los grandes termidorianos que nos guiaban; y desde Chile y Bolivia, rondando cabos los que habían sembrado ideas y venían seguro en mano, a cosechadas. Dada la gran batalla, los dimos como los emigrantes al Oregón, una Constitución antes de separarnos.
Allí terminaron los tiempos heroicos de nuestra patria, la toma de Ilión por los héroes griegos conjurados. Lo que sigue es vuestra propia historia, la prosa moderna, compuesta de muchas esperanzas realizadas, algunas aspiraciones sobrepasadas por el éxito y no pocas decepciones y desencantos, con cientos de millones que pesan sobre nuestra conciencia, nuestro honor y nuestras bolsas, con altos salarios pagados para servirnos mal, a guardianes que no nos guardan sino que se guardan ellos, y con soldados que, por entretenimiento, no sabiendo otra cosa mejor que hacer, vienen a darnos simulacros de batallas, desplegando guerrillas en las calles y armando pabellones en los atrios de los templos, en las elecciones, nuestras y no de ellos como los gauchos que ponen el facón sobre la plata al tirar sus naipes marcados.
Podéis creerme, si os digo, que éste es el peor pedazo de vida que he atravesado en tan largos tiempos y lugares tan varios; más triste con el espectáculo de la degeneración de las ideas de honor, de libertad y de patria en que nos criarnos allá, en tiempo de entonces. Y serían para desencantar al diablo, si por aquellos hábitos adquiridos por tan largos años de estar esperando siempre, y siempre esperando (y con el mazo dando, mientras tanto), no viese con los ojos claros de la inteligencia y de la experiencia dura y larga, que no puede durar el mal largo tiempo; porque ya toca en la carne viva lo que era antes sólo frotamiento de la epidermis; y porque los males que nos aquejan, provienen de que el mundo marcha rápidamente en ajustar los hechos al derecho, y los que nos gobiernan se quedan atrás y sintiéndose pequeños se arman de púas como erizos, y faltos de recursos propios, toman de prestado millones para darse aires de grandes con lo que hunden al país y se hunden ellos.
Son como ballenas que se precipitan al fondo del mar llevando el rejón clavado en el flanco.
¡No hay más que darles soga, que no tardarán de volver a la superficie con la barriga al sol! Pero ¡cuidado, muchachos, con los colazos de desesperados de tan grandes animales!
He dicho, señores, todo lo que tenía que deciros este año. Si algunos volvieran este mismo día el año venidero, sabrán si tengo algo nuevo que añadir para entonces. Por ahora, para daros las gracias por la creciente manifestación de afecto y aprecio que os merezco, os contaré un apólogo, que es como la parábola, la forma literaria en que el Oriente ha engarzado algunas grandes verdades como zafiros y esmeraldas en anillos, para que los ancianos con las bendiciones al pueblo, se las transmitan de generación en generación, sin perderlas ni desdoradas.
Un gran Rey de Persia llevaba siempre consigo en sus excursiones alrededor de Ispahan, capital del Estado, su tesorero privado para premiar las virtudes que presenciara. ¿Qué hacéis, buen anciano, dijo a uno que estaba plantando árboles? Planto, le contesto: ¡Oh! Reyes de Reyes, que así le llamaban, planto nogales. ¿Para qué plantáis nogales cuyos frutos no alcanzaréis a comer? Para pagar la deuda a los que plantaron aquellos cuyo fruto he saboreado cuando joven. El Rey encantado de tan discreta respuesta, hizo seña a su tesorero que le diese un bolsillo de oro como muestra de su real aprobación.
El anciano recibiéndola, en prueba de su reconocimiento, observó que los nogales que otros plantaban daban fruto a los veinte años, mientras que los suyos fructificaban abundantemente apenas plantados. Ocurrencia feliz que les valió otro bolsillo de oro; pero como observase de nuevo que sus nogalillos como las higueras daban dos veces frutos al año, mientras que los comunes aún de grandes... El gran Rey poniendo espuelas a su caballo, hizo seña al tesorero de darle otro bolsillo y salió a escape de miedo que los nogales aquellos lo dejasen sin blanca.
Me atribuyen mis amigos que siguiendo aquel ejemplo yo he plantado muchos nogales también, y me atribuyen el raro mérito de continuar plantándolos a los setenta y cinco años de mi vida. No os diré que los míos den frutos después de plantados por temor que se crea lo que un cronista de nuestro Rey chico insinúa, que he dado al fin de los años en tender la mano.
Esta visita de la ciudad capital de la República, y me complazco en decirlo de la parte más culta de una sociedad cultísima, a un viejo sin poder, sin fortuna y sin clientela, es honor que envidiarán los grandes de la tierra, que hará sonreír a los ángeles del cielo y que tomará serenos y felices los últimos días de una vida empleada en el bien y adelanto de la patria. Os agradezco, compatriotas, vuestras felicitaciones y a causa de ellas pisaría el umbral del año 86 con paso firme y ánimo tranquilo.
Una máxima política comprobada por los siglos, os dejaré como legado.
Los pueblos se suicidan, cuando dan en creerse a sí mismos inmorales, degradados y corrompidos.
El mal existirá siempre en la tierra; pero hoy más que nunca, los pueblos libres brillan por sus virtudes. Si os reconocéis venales o abyectos, os gobernarán como a presidiarios. Ved hoy a vuestros Jueces, y tened confianza en que la justicia prevalecerá por todas partes.
DOMINGO F. SARMIENTO

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